INERRANCIA Y AUTORIDAD de las ESCRITURAS
(ADOPTADA POR EL PRESBITERIO GENERAL EN SESIÓN EL 1-3 DE AGOSTO DE 2015)
La comprensión que tiene las Asambleas de Dios de las Escrituras ha sido formulada en el primer artículo de la Declaración de las Verdades Fundamentales de la Fraternidad: «Las Escrituras, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento, son verbalmente inspiradas por Dios y son la revelación de Dios al hombre, la regla infalible e inapelable de fe y conducta (2 Timoteo 3:15-17; 1 Tesalonicenses 2:13; 2 Pedro 1:21)»..1
EXPLICACIÓN DE LOS TÉRMINOS
Por tanto, entendemos que la Biblia es la Palabra de Dios, ya que Dios mismo reveló su voluntad y propósito a los escritores que escogió (Amós 3:8), quienes documentaron con fidelidad y precisión lo que les fue revelado para la inclusión final y providencial en nuestro canon de sesenta y seis libros.
Por inspiración, entendemos esa acción especial del Espíritu Santo por la que guió a los escritores de la Biblia. Tal supervisión influyó en los pensamientos y la elección misma de palabras de los escritores, aunque también permitió que se manifestaran su trasfondo, sus habilidades y personalidad. Además, la inspiración se aplica a todo lo que escribieron tal como se encuentra en el canon de la Escritura.
Por infalibilidad, entendemos que las Escrituras son veraces y confiables en lo que tienen la intención de afirmar. El término inerrancia es prácticamente sinónimo de infalibilidad y se ha utilizado en este último tiempo para atestiguar que la Escritura, como está documentada en los manuscritos originales, los autógrafos, no tiene error. Al carecer de error y ser completamente veraces, las Escrituras son absolutamente confiables (2 Samuel 7:28; Salmo 119:160; Juan 17:17; Colosenses 1:5). La infalibilidad y la inerrancia también se aplican a todas las Escrituras.
Por autoridad, entendemos que todo lo que afirma y enseña la Biblia es verdad. Al revelar el propósito y la voluntad de Dios, la Biblia determina la creencia y la conducta. Por tanto, la afirmación de que la Biblia es la «regla autoritativa de fe y conducta» se entiende como un llamado a aceptar las Escrituras como la autoridad final e inmutable de la doctrina y la ética.
CONSIDERACIONES BÍBLICAS
El punto de partida para una comprensión correcta de la doctrina de las Escrituras es la Biblia misma, que da un testimonio reiterado y poderoso de su propia naturaleza. Con claridad reclama autoridad divina e inspiración plena.
La enseñanza de Jesús es el fundamento de nuestra comprensión. En Mateo 5:18, se cita a Jesús: «Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido». Sea que tomemos esta alusión al alfabeto hebreo de manera literal o figurada, la fuerza es la misma. Jesús pensaba que las Escrituras tenían una significancia eterna, aun en sus detalles más mínimos. Si Jesús no hubiera afirmado la inspiración e infalibilidad completa de las Escrituras, la fuerza de su argumento se perdería.
La insistencia de Jesús en la confiabilidad y autoridad de cada fragmento de las Escrituras se ve también en otros pasajes. En Juan 10:34-38, hace referencia a una breve declaración de los Salmos 82:6 y argumenta que ni esa ni ninguna otra parte de la Ley puede ser quebrantada. Si Jesús hubiera pensado que la inspiración de las Escrituras era parcial, y que estaban sujetas a errores en algún detalle, sin duda no hubiera hablado de la manera que habló. La validez de la declaración de Cristo en Mateo 22:32 descansa sobre un detalle escritural preciso, a saber, el tiempo presente del verbo «ser» («Yo soy»). En su interrogación a los fariseos en Mateo 22:43–45, la fuerza del diálogo descansa sobre el uso de una palabra: «Señor».
La confianza de Jesús en los detalles de la Escritura se refleja asimismo en las epístolas del Nuevo Testamento. Por ejemplo, en Gálatas 3:16, Pablo depende de una distinción de número—singular y plural—«descendencia» versus «descendientes», para que su argumento tenga fuerza. Tal dependencia en los detalles más mínimos, incluso tiempos verbales, palabras específicas y número gramatical (singular o plural), es significativa sólo a la luz de la inspiración completa de las Escrituras, que son inerrantes incluso en sus detalles.
Una de las declaraciones más contundentes sobre la plena inspiración de las Escrituras se encuentra en 2 Timoteo 3:16. Este pasaje, así como se traduce en muchas de sus versiones (RV, NTV, LBLA, DHH, entre otras) comienza con «Toda [o «cada»] Escritura es inspirada por Dios» [«o dada por inspiración de Dios»]. Sin embargo, el término griego traducido como «inspirada» es theopneustos, que literalmente significa «respirada por Dios». La Nueva Versión Internacional (NVI) en inglés lo traduce más vívidamente por «aliento de Dios», y otra versión en inglés (ESV) lo expresa de manera similar: «es exhalada por Dios». Theopneustos señala a Dios como la fuente de la Escritura pero también significa que la Escritura sigue siendo vital, ya que el Espíritu de Dios continúa vivificándola en lectores y oidores receptivos.El escritor a los Hebreos expresa un entendimiento similar: «Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12).
En cuanto a la esencia de la Escritura como «aliento de Dios», también debería notarse su relevancia inmediata y práctica para la vida del pueblo de Dios. Pablo continúa diciendo que es «útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra» (2 Timoteo 3:16–17). La intención de la Palabra inspirada es penetrar y ordenar cada aspecto de las creencias públicas y privadas de los cristianos, así como su conducta.
Este pasaje también afirma que lo que es verdad de una parte de la Escritura es verdad de todas las Escrituras; es decir, tanto una parte como el conjunto de las Escrituras son únicamente el producto de Dios. En el momento en que Pablo escribió a Timoteo, las Escrituras estaban conformadas por lo que hoy conocemos como el Antiguo Testamento. Pero Pablo instó a Timoteo a que incluyera en la comprensión de la Escritura «mis enseñanzas, mi manera de vivir, mi propósito, mi fe, mi paciencia, mi amor, mi constancia» (3:10). Es más, prosiguió desafiando a Timoteo: «permanece firme en lo que has aprendido y de lo cual estás convencido» (3:14). Desde su infancia, Timoteo había sido instruido en «las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús» (3:15). Así que Pablo incluye en su expresión «toda la Escritura» el mensaje que ha recibido y predicado, y que llegó a formar el fundamento del Nuevo Testamento. Y, de hecho, Pedro afirmó que las cartas de Pablo se encuentran entre las Escrituras (2 Pedro 3:15–16).
Otro pasaje importante que ofrece gran conocimiento acerca de la función y la naturaleza de la inspiración es 2 Pedro 1:21: «Porque la profecía no ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios, impulsados (pheromenoi) por el Espíritu Santo». En su contexto, este pasaje señala la singularidad de las Escrituras cuando se las comparan con afirmaciones de inspiración humana, y declara: «Tenemos también la palabra profética más segura» (1:19, RV). Las personas que escribieron las Escrituras lo hicieron a través de la acción singular y poderosa del Espíritu Santo.
Por lo tanto, el testimonio uniforme de las Escrituras es claro: Dios se dio a conocer a la mente del escritor (revelación); el Espíritu Santo guió la transmisión de su revelación mediante palabras (inspiración); y, a través de la actividad continua del Espíritu Santo (iluminación), recibimos la revelación original al encontrarnos con las Escrituras.
IMPLICACIONES DE LA DOCTRINA
La declaración de que las Escrituras son la revelación de Dios a los seres humanos, la regla autoritativa de fe y conducta, exige que sean vistas como dignas de semejante afirmación. ¿Proveería Dios un instrumento defectuoso a los seres humanos con el cual dirigir sus vidas? ¿Acaso no se aseguraría de que la fuente de sabiduría y conducta careciera de error alguno, y que fuera plenamente confiable? Él ha inspirado a los escritores por el Espíritu Santo y, en ese proceso, nos ha dado textos para nuestra dirección y guía que son plenamente confiables para conducirnos a la salvación, la adoración y el servicio.
Es digno de notar que, una y otra vez, las Escrituras declaran que son «la Palabra de Dios». El Antiguo Testamento tiene una abundancia de frases tales como «Dios dijo» (Génesis 1:3, 6, 9, 14, 20, 24), «así dice el Señor» (Éxodo 4:22, 1 Samuel 2:27, y más de cuatrocientos pasajes adicionales), y «la palabra del Señor vino» (Génesis 15:1, 4; 1 Samuel 15:10; Jeremías 1:2, 4, 11, 13). En otros pasajes, la Escritura corresponde a la autoría divina: «dice» (Romanos 3:19; 15:10; 1 Pedro 2:6); «está escrito» (Mateo 4:4, 6, 10; Hechos 1:20); y «la Escritura dice» (Romanos 9:17; 10:11; 11:2). Esto muestra que la voz de Dios comunicada a los profetas se equipara con las Escrituras. Los escritores afirman que escriben las palabras de Dios.
Además, repetidas veces la Escritura afirma ser «verdad», como se expresa de manera vívida en la oración sacerdotal de Jesús: «Tu palabra es verdad» [alētheia, no alēthēs; es decir, «verdad» y no «verdadera»] (Juan 17:17). El Antiguo Testamento a menudo reiteraba la veracidad de Dios: «Dios no es un simple mortal para mentir y cambiar de parecer» (Números 23:19); «Señor mi Dios, tú que le has prometido tanta bondad a tu siervo, ¡tú eres Dios, y tus promesas son fieles!» (2 Samuel 7:28); «Tu palabra, Señor, es eterna, y está firme en los cielos» (Salmo 119:89); y «toda palabra de Dios es digna de crédito» (Proverbios 30:5). En el Nuevo Testamento, y más específicamente en la enseñanza de Pablo, hay pasajes parecidos: «Dios, que no miente» (Tito 1:2). Y la carta a los Hebreos señala de manera similar: «Es imposible que Dios mienta» (Hebreos 6:18). La verdad es un atributo de Dios, y el Espíritu de Dios es el Espíritu de la verdad (Juan 14:17; 15:26; 16:13).
Al afirmar la inerrancia de las Escrituras, nos remitimos a los autógrafos (a los manuscritos originales tal como nos llegaron de los autor[es]). La inerrancia absoluta se afirma sólo con respecto a los escritos originales. Esos escritos originales, por supuesto, ya no existen; sin embargo, la redacción puede determinase con una precisión increíble. A través de los siglos, los expertos en crítica textual han llevado a cabo, y lo siguen haciendo, comparaciones rigurosas entre millares de textos bíblicos antiguos para determinar con precisión el original. De hecho, la Biblia es el libro de la antigüedad mejor avalado, y se nos asegura que el texto es fiable, que ciertamente es digno de confianza. Es más, el texto evidencia el cuidado providencial de Dios a través del trabajo riguroso y minucioso de escribas y eruditos fieles a lo largo de los siglos.
También podemos estar seguros de que nuestras principales traducciones de la Biblia, en la medida en que son fieles a los textos originales, comunican de manera fidedigna la Palabra infalible de Dios hoy. El lector puede confiar que estas traducciones principales fueron realizadas, y son continuamente revisadas, por eruditos respetados que están dedicados a la tarea de trasmitir con exactitud la Palabra de Dios de las lenguas originales a los lectores modernos.
Es importante notar que las afirmaciones de inerrancia conciernen a lo que declara y afirma la Escritura más que a la información que sólo se comunica con precisión. Es cierto que la Biblia documenta correctamente falsas declaraciones hechas por personas impías (por ejemplo, los consoladores de Job) e incluso las palabras de Satanás (por ejemplo, Génesis 3:1–5). En otras ocasiones, los escritores bíblicos citan documentos no canónicos y no inspirados, lo cual demuestra la veracidad de esa cita pero no confiere autoridad a la fuente (por ejemplo, Judas utiliza la Asunción de Moisés y el Libro de Enoc). Asimismo, no debe entenderse que cada hecho registrado en la Escritura está de acuerdo con el orden divino de Dios.
La inerrancia de las Escrituras debe también considerarse a la luz de su contexto histórico y cultural. La Biblia llega a nosotros desde el Antiguo Cercano Oriente, una cultura y una época muy distantes del presente. Por ende, la exactitud científica en torno a los números y las citas que se espera de la escritura técnica contemporánea no se aplica a los textos bíblicos.
Los autores bíblicos usaron el lenguaje de la apariencia para describir su mundo, así como suelen hacerlo los autores modernos. Es decir, escribieron desde su perspectiva y no en términos técnicos. Así, por ejemplo, podían hablar (como lo siguen haciendo los autores modernos) del sol «saliendo» o «poniéndose», con absoluta veracidad. Con respecto a los milagros, los escritores nos narran lo que vieron y experimentaron sin tratar de explicar el misterio en términos científicos. Por tanto, el milagro del cruce del Mar Rojo, por ejemplo, se anuncia de manera casual: «El Señor envió sobre el mar un recio viento del este que lo hizo retroceder» (Éxodo 14:21-31). Otros milagros del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento se comunicaron de manera similar, tal como se habían observado. Los escritores informan los hechos poderosos de Dios que experimentaron, y los atribuyen a su intervención misericordiosa. El objetivo final de los escritores es llamar a sus lectores a tener la misma fe en su Dios poderoso que mostraron ellos.
La inerrancia de las Escrituras no queda invalidada por el uso de las numerosas figuras de dicción y los diversos géneros literarios. A través de la Biblia, encontramos parábolas, analogías, símiles, metáforas, hipérboles, símbolos, etc. Entre otros géneros literarios, los escritores emplearon el género narrativo, poético, apocalíptico, profético, didáctico y epistolario para trasmitir la verdad de Dios. Una interpretación precisa de los textos bíblicos requiere prestar suma atención a sus formas literarias.
En lo que concierne al Espíritu Santo usando a seres humanos en el proceso de producción de las Escrituras, debe comprenderse que los autores usaron sus habilidades gramaticales particulares. Por lo tanto, encontrar lo que la gente moderna consideraría construcciones gramaticales incorrectas de ninguna manera resta valor a la inerrancia bíblica.
Encontrar en la Biblia detalles que no pueden entenderse en el presente, o que pueden parecer erróneos o contradictorios, no significa que la Biblia esté errada. Una y otra vez, los estudios históricos, arqueológicos y filológicos avanzados han corroborado la veracidad de informes bíblicos después de que éstos se habían declarado erróneos. Los detalles históricos de la Biblia tienen una trayectoria asombrosa de autentificación. La humildad exige que, al considerar algún pasaje problemático, continuemos procurando comprender y no nos precipitemos a juzgar con tono perentorio las Escrituras como si tuvieran errores.
El Dios personal de la creación, la redención y la consumación quería de tal manera comunicarse con el pueblo que creó que eligió darse a conocer. Él supervisó la trasmisión escrita de esa actividad reveladora de una manera tan poderosa que podemos confiar en ella plenamente. Mediante el poder del Espíritu Santo, Él sigue iluminando su revelación escrita en el corazón y la mente de las personas que se han abierto a leer, escuchar y obedecer la Biblia, con su fuerza vivificante.
CONSIDERACIONES HISTÓRICAS
Respecto a la doctrina de la inspiración, al igual que otras notables doctrinas de la iglesia cristiana, es importante entender lo que la iglesia ha creído a través de los siglos. Si bien la discusión en torno a la inerrancia de la Escritura es sobre todo un fenómeno de años más recientes, un estudio de la historia eclesiástica sugiere que la iglesia tiene una perspectiva muy elevada de la inspiración de las Escrituras desde hace mucho tiempo, y que la infalibilidad e inerrancia están implícitas en esa perspectiva.
Durante el período patrístico, se consideraba que las Escrituras eran el trabajo distinguido del Espíritu Santo, que llevaba adelante el mensaje divino. Para los padres de la iglesia, la inspiración se extendía incluso a la fraseología de la Biblia. Por lo tanto, Clemente de Alejandría recalca las palabras de Cristo en Mateo 5:18, al decir que ni siquiera una jota ni una tilde pasará porque la «boca del Señor, el Espíritu Santo, los pronunció» (Protréptico [Exhortación a los gentiles], IX). Gregorio Nacianceno sugiere que los trazos más pequeños de las Escrituras se deben al cuidado del Espíritu Santo, y que debemos ser meticulosos a la hora de considerar cada sombra de significado, por más mínima que sea (Oración 2, 105). Justino Mártir hizo una distinción entre la inspiración divina y humana, y habló de la Palabra divina que movió a los escritores de las Escrituras (La primera apología, 36). Ireneo afirmó que podemos estar seguros de que «las Escrituras son perfectas, pues fueron dictadas por el Verbo de Dios y por su Espíritu» (Contra las herejías, 2.28.2). Prácticamente no hay duda de que los primeros padres tenían una perspectiva muy elevada de la inspiración, y que ésta se extendía a los detalles más minuciosos de las Escrituras.
Los reformadores, en su búsqueda de autoridad, aceptaron fácilmente la doctrina de la inspiración y, de manera implícita, la infalibilidad y la inerrancia. Zuinglio apeló a ambos Antiguo Testamento y Nuevo Testamento en su defensa de la doctrina cristiana pura (véase De la certeza y claridad de la palabra de Dios). Calvino declaró que, puesto que el Espíritu Santo autentica las Escrituras, «afirmamos con certeza absoluta (como si estuviéramos mirando la majestad de Dios mismo) que [la Escritura] ha fluido hacia nosotros de la boca misma de Dios por el ministerio de los hombres» (Institución de la religión cristiana, I, 7, 5). Lutero argumentó a favor de una perspectiva elevada de la inspiración y creía que las Escrituras carecían de error (véase su Respuesta a Latomus, 8.98.27). Aunque los reformadores no dedicaron una parte decisiva de su teología al tema de la inspiración, es evidente que aceptaron la plena autoridad de las Escrituras.
En la época del racionalismo, el blanco de ataque fue la aplicación de la inspiración a las minucias, es decir, a los detalles más mínimos de la Biblia. En el espíritu del Renacimiento, emergieron estudios lingüísticos y de crítica textual. El acercamiento racionalista proponía que, si se podía demostrar que había errores en el texto de la Escritura, la doctrina completa de la inspiración se derrumbaría. Este tipo de razonamiento despertó una serie de afirmaciones precipitadas de que la Biblia estaba llena de errores y, de ese modo, sus críticos esperaban destruir la doctrina entera de la inspiración.
Para responder a las acusaciones de que las Escrituras están llenas de errores, hay que apelar primero a las declaraciones de la Escritura misma, como se hizo en este escrito. Si aceptamos que las Escrituras son la Palabra de Dios, como se establece con claridad en el texto bíblico, esa Palabra debe tener prioridad sobre nuestras racionalizaciones. Las Escrituras son inerrantes porque son inspiradas por Dios, y no son inspiradas a raíz de su inerrancia. El primer enfoque es bíblico y conduce a una perspectiva correcta de la inspiración y la infalibilidad; el segundo enfoque es racionalista y abre la puerta a la especulación humana.
LA AUTORIDAD DE LA ESCRITURA
Afirmamos que Dios ha provisto para todos los tiempos un registro inspirado, inerrante y autoritativo de su revelación en la Biblia, nuestras Santas Escrituras3. Sostenemos que las Escrituras son la revelación plena y fidedigna de Dios para la salvación de todas las personas y, por tanto, son una fuente fidedigna para la fe, la enseñanza y la práctica. Las Escrituras definen la cosmovisión, la moralidad y ética del creyente. Es más, las Escrituras no son una mera fuente autorizada entre otras, sino la fuente de autoridad final. El Espíritu Santo, que inspiró a los escritores en su tarea de llevar un registro de la revelación de Dios, da vida a los escritos y a través de ellos, para que continúen hablando con claridad y autoridad al lector contemporáneo. Él no habla a través de los supuestos profetas o líderes religiosos que enseñan cualquier creencia o acción que no esté validada por las Escrituras. Por consiguiente, rechazamos cualquier filosofía contemporánea, método de interpretación, o supuesta profecía que altera o se opone a la naturaleza y el significado de «la fe encomendada una vez por todas a los santos» (Judas 3; 2 Pedro 1:20-21).
Nosotros, la comunidad de fe, nos acercamos con humildad a la revelación bíblica, pidiendo al Espíritu Santo que hable a través de ella, y que conforme nuestra voluntad y cosmovisión a ella. Concedemos la primacía absoluta a la revelación bíblic
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